Galderak 1.0 Un espacio para inspirarnos y reflexionar sobre educación y medioambiente.

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Galderak 1.0 Un espacio para inspirarnos y reflexionar sobre educación y medioambiente.

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¿Cómo educar medioambientalemnte a lxs jóvenes en un contexto de negacionismo climático?

Esta fue la pregunta que dio origen al primer encuentro de Galderak, celebrado el pasado 26 de noviembre en Tabakalera, y también el punto de partida de una conversación tan necesaria como inspiradora.

Galderak nace dentro de Askora Future Lab, el espacio impulsado por Askora para generar oportunidades de reflexión colectiva sobre los grandes retos del futuro.
Un proyecto que parte de una convicción clara: las respuestas no pueden construirse en solitario y las preguntas importantes merecen tiempo, escucha y diálogo.

Pensar en grande desde espacios pequeños

El encuentro, pensado como un espacio íntimo de reflexión, reunió a un grupo reducido de personas vinculadas a la comunidad educativa —direcciones de centros, profesorado y agentes educativos— con el objetivo de crear un espacio cercano, donde compartir miradas diversas y experiencias reales.

Tres voces guiaron la conversación:
Esta primera edición de Galderak contó con tres voces realmente inspiradoras: Antonella Broglia, experta en comunicación medioambiental y embajadora de Ashoka; Asier Arambarri, director de Innovación Social y ODS del Gobierno Vasco; y Aitor Pagaldai, director de la ikastola Lauaxeta. Lejos de buscar respuestas cerradas, el encuentro se articuló alrededor de una idea clave: la educación medioambiental es un reto complejo que necesita enfoques múltiples y, sobre todo, acción desde lo cotidiano.

De las grandes metas a las micromisiones

Antonella Broglia puso sobre la mesa un concepto que resonó con fuerza: la crisis climática como un hiperobjeto, un fenómeno tan amplio y complejo que puede
paralizar si se aborda desde la totalidad. Frente a ello, propuso una mirada diferente: las micromisiones, que desarrolló con experiencias concretas en las
que ha participado junto a diferentes centros.

¿Qué puede hacer un centro educativo, un barrio o una comunidad concreta para avanzar? ¿Por dónde empezar? La respuesta no tiene por qué ser única ni
perfecta. Empezar por aquello que emociona, que motiva y que empodera, puede ser el primer paso para activar cambios reales.

En un contexto informativo saturado de mensajes alarmantes, surgió otra reflexión clave: educar también implica aprender a leer la realidad con espíritu
crítico. Junto a las malas noticias conviven señales de avance —ciudades comprometidas con la neutralidad climática, países que funcionan ya con
energías renovables, avances tecnológicos impensables hace solo una década—. La esperanza, se compartió durante el encuentro, no desde la ingenuidad ni el
optimismo pasivo, sino como una convicción basada en hechos que impulsa a actuar. Enseñar a interpretar la información, contextualizarla y convertirla en acción es hoy una competencia educativa fundamental.

Cooperar para afrontar lo complejo

Desde la mirada institucional, Asier Arambarri subrayó una idea esencial: los problemas complejos no tienen soluciones sencillas. Ni las administraciones, ni las empresas, ni la ciudadanía pueden afrontarlos por separado. La única vía posible es la cooperación.

En este sentido, los centros educativos se presentaron como espacios privilegiados para el cambio. Lugares donde es posible pasar de los grandes discursos a la acción concreta, desde lo pequeño, conectando iniciativas y construyendo soluciones de abajo arriba. Porque cada proyecto local suma y, con el tiempo, puede escalar y multiplicar su impacto.

Emoción, comunidad y aprendizaje para la vida

La experiencia de la ikastola Lauaxeta, compartida por Aitor Pagaldai, puso el foco en otro elemento clave: la emoción como motor del aprendizaje. Cuando el alumnado se emociona mientras aprende, esos aprendizajes perduran y se convierten en herramientas para la vida.

Proyectos alineados con la Agenda 2030, vividos de forma colectiva e implicando a toda la comunidad educativa —alumnado, profesorado y familias— permiten que los valores trabajados en el centro tengan continuidad también fuera de él. La coherencia entre escuela y hogar refuerza el impacto.

Seguir haciéndonos preguntas

El primer encuentro de Galderak no buscó cerrar debates, sino abrirlos. Confirmó la necesidad de contar con espacios donde pensar juntas y juntos, compartir dudas y explorar caminos posibles para educar a una generación clave para el futuro.

Porque, como quedó claro en Tabakalera, hacerse las preguntas adecuadas es el primer paso para construir respuestas colectivas. Y Galderak ha llegado para seguir haciéndolas.

Aquí os compartimos algunas de las intervenciones de la jornada.

Muy pronto, tendréis noticias de Galderak 2.0. ¡Os esperamos!


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